viernes, 5 de octubre de 2012

Impacto catódico



Un día quedo con Olga para intercambiar sueños, secretos y anhelos a la luz de las velas, que es como la gente que se quiere confiesa sus sueños, secretos y anhelos, y otro me la cruzo en los pasillos de la tele. Nos saludamos rápido y con amor, como si nos acabáramos de ver o nos hubiéramos despertado juntos. Nos abrazamos entre todo ese trajín que hay en las teles, también en las locales, y el gesto pasa discreto entre la gente.

Yo acabo de terminar mi sección, ella va a hacer la suya. Lleva un vestido azul, pero la noticia no es el azul, es el vestido. Lo son también sus nervios: no todos los días se entrevista a un poeta. Creo que no me he despedido de ella, ya está en plató. La estoy viendo en los monitores de realización, guapísima, cambiando los nervios por palabras y sonrisas. Ésa es mi niña.

Horas después se emite el programa. Primero sale mi bloque, después el suyo. Y ahí nos tienen: dos tercios del programa de hoy lo hacen los conquistadores de la presa de Tibi, primero el uno, luego el otro. Entonces caigo en la cuenta: nadie de los que nos está viendo lo sabe. Nadie sabe que esos dos colaboradores de televisión, que no se han cruzado en pantalla, suelen intercambiar sueños, secretos y anhelos a la luz de las velas.

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